miércoles, 10 de agosto de 2011

La foto

Tengo una caja repleta de fotos y pequeños álbumes que fueron de mis padres en sus años mozos. Últimamente me ha dado por mirarlas. Algunas ya pálidas, otras todavía con buen contraste, las observo con una mezcla de sentimientos: algo de la extrañeza de observar un mundo anterior a mi existencia, algo de la satisfacción de constatar que mis progenitores experimentaron una vez la vida con la energía despreocupada de la juventud, algo de la amargura de saber que todo es inexorablemente efímero.

Entre esas fotos hay una de mi padre que se destaca sentado en una de esas amplias sillas adirondack de la época, vestido de camisa blanca remangada y pantalón claro, y unos zapatos negros que le armonizaban con su exuberante cabellera. Su mirada relajada y fija en un horizonte que no se capta y el cigarrillo entre los dedos de su mano despreocupada sugieren haberse captado en este retrato uno de esos momentos de plácida felicidad que bordean con un éxtasis sereno que he sentido en determinadas ocasiones.

¿Qué pensamientos, qué gratas realidades, qué planes futuros fueron el telón de fondo de esta imagen? ¿Qué preocupaciones, qué incertidumbres, qué miedos hurdían en el fondo? En un fondo tal vez profundo, enterrado por el momento, amortiguado por el presente, despreciado por el optimismo y la alegría inconmensurable de una pareja recién casada, de una primera criatura ya en el vientre de su bella esposa.

No es justo mirar un retrato del pasado y estar cargado de todos los recuerdos que la persona en la imagen aún no podía tener. Saber más que ella. Poder admirar la belleza de su juventud sin tener presente su vejez, contagiarse con el brillo de sus ojos sin recordarlos apagados, imbuírse de su energía y olvidar cuanto tuvo que luchar por mantenerla.

Pero no se trata de que un retrato lo diga todo ni que el tiempo le agregue contenido. No es así. No puede ser que se presagiara nada en un instante que fue de placidez, de éxtasis sereno y despreocupación. El mundo de Germánico Bas pudo haberse bifurcado por miles de encrucijadas a partir de esa tarde en un balcón en la calle Salud de Ponce. Sólo importa saber que fue un momento sencillamente bueno y que debe haber hecho una brisa fresca, y que se creía sin reservas que iba a ser así por mucho tiempo.

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