sábado, 13 de agosto de 2011

La firma

Tenía un tamaño menor que una caja de zapatos y era verde olivo brillante, de metal con una cerradura y una llave muy pequeña que guardaba aparte cuidadosamente en una gaveta. Decía que la había traído del ejército y en ella guardaba unos papeles en donde a veces escribía números y firmaba su nombre. Más tarde supe que eran "las cuentas del mes".

Era en algunos sábados en la mañana luego del desayuno que se sentaba en la mesa del comedor y extraía varios de esos papeles, una libreta de cheques del Banco Popular y un bolígrafo marca Parker que yo deseaba tener. Yo adivinaba sus propósitos y me procuraba obtener una silla a su lado para contemplar un ritual que a mi edad todavía no alcanzaba a entender totalmente.

Supongo que debe haber notado que me absorbía enteramente en su labor, que me ensimismaba siguiendo los movimientos del bolígrafo cuando escribía su firma en uno de aquellos cheques. Recuerdo la mano izquierda de dedos robustos y uñas cortas -tanto que no sé como no le dolían- empuñando con firmeza el instrumento de tinta azul, la punta casi tocando el papel, casi rozándolo, aún despegada por pequeños milímetros mientras hacía un curioso movimiento circular que hoy día imagino que era para afinar el pulso y crear el ritmo que tan necesario sería para que aquella elaboradísima primera letra que hacía, la "g" en mayúscula, fuera una vez más idéntica a todas las anteriores que en su vida había hecho. Una vez la cursiva salía de la letra inicial, todas las restantes de aquel primer nombre y apellidos tan poco comunes con que había sido bautizado iban apareciendo de abajo de la punta afilada del instrumento que marcaba el papel en una secuencia tan precisa y armoniosa, que pienso que debe haber sido una de las grafías más elegantes que jamás presencié en mi vida.

No sé si fui yo que le atribuí a esa firma de mi padre ciertos significados. O si ella las expresaba obviamente. O si alguien quiso implantar en mi mente esas ideas y ya no lo recuerdo. Pero la determinada y uniforme inclinación hacia la diestra de todas sus letras delgadas y altas, y la firmeza de los surcos, me hablaban de una masculinidad lograda, establecida, admirable; y de un temple exigente, recio, estructurado, un carácter de alguien que se exigía mucho en el orden personal-a saber si neciamente- y que para ese entonces vivía enamorado del ideal de la belleza perfecta. De lo sublime en la escritura, de los modales en la mesa, del vestir con elegancia, de la gran música.

No era por lo tanto casualidad que una faena como esta que yo miraba absorto estuviese casi siempre acompañada de la música de algún maestro compositor del romanticismo alemán. Fue observando hilarse la cursiva de la firma de Germánico Bas que escuché por primera vez la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven. Y por esta razón hoy no puedo escuchar los versos iniciales de su cuarto movimiento sin recordar lo que para mí significa: puede haber algo mejor.

"O freunde, nicht diese Töne.."
Oh hermanos, no estas notas sino otras.
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2 comentarios:

l. a. dijo...

Eres muy gráfico, me gusta.

Raquel del Valle dijo...

Siempre curioso hasta el más mínimo detalle, Carlos. A veces los adultos no se dan cuenta de lo que con tanta atención observan los hijos. Pienso que don Germánico se esmeraba más al firmar de lo que usualmente lo hubiese hecho por el simple y significativo hecho de tenerte a su lado en esos momentos.
Ya sé de dónde viene tu amor por la música clásica.
Muy buena la descripción que haces.